quarta-feira, 4 de janeiro de 2017

Poema de Carlos Drummond De Andrade (Brasil, 1902-1987). Traducción de Paula Abramo.

El último día del año
no es el último día del tiempo.
Otros días vendrán
y nuevos muslos y vientres te comunicarán
[el calor de la vida.
Besarás bocas, romperás papeles,
harás viajes y tantas celebraciones
de cumpleaños, graduación, ascenso, gloria, dulce muerte con sinfonía y coro,
que el tiempo quedará repleto y no escucharás
[el clamor,
los irreparables aullidos
del lobo
en la soledad.

El último día del tiempo
no es el último día de todo.
Queda siempre una franja de vida
donde se sientan dos hombres.
Un hombre y su contrario,
una mujer y su pie,
un cuerpo y su memoria,
un ojo y su brillo,
una voz y su eco,
y tal vez hasta Dios…

Recibe con simplicidad este regalo del azar.
Mereciste vivir otro año.
Desearías vivir siempre y agotar la borra
[de los siglos.
Tu padre murió, tu abuelo también.
En ti mismo muchas cosas ya expiraron, otras acechan la muerte,
pero estás vivo. Una vez más estás vivo,
y vaso en mano
esperas el amanecer.
El recurso de embriagarse.
El recurso del baile y del grito,
el recurso del balón de colores,
el recurso de Kant y de la poesía,
todos ellos… y ninguno basta.

Surge la mañana de un nuevo año.

Las cosas están limpias, ordenadas.
El cuerpo gastado se renueva en espuma.
Todos los sentidos alerta funcionan.
La boca está comiendo vida.
La boca está atascada de vida.
La vida escurre de la boca,
embarra las manos, la banqueta.
La vida es gorda, grasosa, mortal, subrepticia.

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